lunes, 27 de febrero de 2012

Que no quiero películas

Después de activarse el equipo de urgencias extra hospitalarias, pero el equipo de las cosas gordas, fuimos activados nosotros, el mini equipo, en apoyo del primero.

Varón de raza negra, con dos impactos de bala, varón de raza blanca con heridas de…, pero bueno ¿esto qué película americana es? Un poco de respeto que soy un enfermero mojón de una pequeña ciudad que se pone nervioso cuando tiene que atender abuelos infartados a domicilio y fracturas de caderas varias. Si mi cara era un poema la del médico era prosa en verso. El único que parecía estar emocionado era el técnico de la ambulancia que, volantazo tras volantazo, quería poner orden social: “si es que no hay ley, no hay normas, dos tiros, el otro…”.

El médico enfrascado en la lectura rápida de un manual de urgencias roñoso repasaba una y otra vez, infructuosamente, el índice del libro. “Busca en la i de impacto, doctor”, le dije, no le hizo ninguna gracia y me la devolvió: “A ver si tienes cojones de cogerle dos buenas venas a un tío con dos tiros” y el conductor de ambulancia se puso de su parte: “y negro encima, doctor”.

Al llegar, la visión de un castillo hinchable me hizo dudar de si estábamos en feria. “Es un hospital de campaña que se monta cuando hay varios heridos, capullo” espetó el médico, encabronado aún por lo del libro.

Recibí el relevo de un mega enfermero: “Varón, de unos 27 años, ha recibido dos impactos de bala, según nos informan fuentes policiales, del calibre 22, a quemarropa, una presumiblemente alojada en pala iliaca derecha, la otra con orificio de entrada y salida en muslo izquierdo, termodinámicamente…” PIIIIIIIIIIIIIIIIII, mi neurona enfermera ante tanta información, y de tal nivel, se fundió de forma irreversible.

Miraba al enfermero como el que mira el telediario sin volumen en la tele. De repente, el movimiento de sus labios cesó y vino el médico:

-      Nos llevamos a este, los otros están más jodidos, ¿qué te ha dicho el enfermero?”,
 
-      “Pues básicamente que, aunque la ropa esté quemada, el hombre no tiene quemaduras, que es así de negro desde chiquitillo, que no está solo, que tiene familia aquí, una tal Iliaca que se aloja en el Hotel Palas, que tiene dos puertas  una para entrar y otra para salir, que la policía ha informado calibrando arriba y abajo a unas 22 personas, y poco más doctor…”.

lunes, 20 de febrero de 2012

El niño la Loli

Llamada a urgencias de nuestra compañera  Mari Loli, que disfrutaba de unas merecidas vacaciones playeras, alertándonos de que su hijo menor, Paquito, de 16 años se dirigía a este servicio. Desconocía la causa. Nos contagió también a nosotros un cierto desasosiego.

No tardó en llegar en su ciclomotor, que casi aparca en el mismo mostrador de admisión. Paquito portaba una cara de genital masculino sin precedentes, aumentada aún más por ese peinado tipo melocos. Declinó la invitación de acompañarlo a la consulta, su novia en su lugar, lo hizo. Una tos perruna, irritativa y seca.

Hombre, Paquito, qué te pasa”, preguntó el doctor, viejo, amigo de la madre.

Paquito [transcripción literal]: “Pues que estaba dándole placer con la lengua a mi novia, ahí en sus partes, y creo que me he tragado un pelo, y he leído en internet que si se clava en el pulmón  puede darme una infección o provocarme un cáncer”.

Nadie pudo contener  las carcajadas que multiplicaron por diez la ya de por si cara genital de Paquito, carcajadas que aumentaron al escuchar el tratamiento médico, escudado en la confianza familiar. El doctor, recuperando la seriedad afirmó: “Paquito el tratamiento a seguir se lo tienes que aplicar a tu novia antes de darle placer”.

Abriendo con aire solemne el primer cajón de la mesa tomo una barra de pegamento y le dijo [transcripción literal]: “Toma Paquito, antes del chupetón ponle esto en los pelillos a tu novia”.
La llamada a la mamá Loli no se hizo esperar, el médico con su móvil en manos libres: “Loli ya hemos atendido a tu hijo, enhorabuena, es la primera vez que se come un coño, eso sí, un coño con pelos”.

lunes, 13 de febrero de 2012

Chewbacca, aguanta

La silueta de mi supervisor dibujada al otro lado de la cortina del box 8 de unas urgencias cualesquiera, al más puro estilo Alfred Hitchcock, venía acompañada de una buena nueva, y esto me olía igual que la fruta que me vendía mi ex frutero: a mierda.  Justamente si algo tenían en común mi ex frutero y mi supervisor era eso, darme lo que sobraba, lo que nadie quería, la mierda.
El melocotón podrido se llamaba Protocolo de Reanimación Cardiopulmonar in situ. Un grupo de trabajadores, los más capullos, fuimos seleccionados para, una vez localizados a través de un busca, personarnos en ese lugar del hospital donde hubiese un paciente en condiciones críticas y no tuviese cerca personal médico. Esto sucedía en la sala de extracciones analíticas, en rehabilitación, etc…
Tras varios intentos frustrados de lectura consiguiendo mi record al llegar a la página 8 de 55, dejé el jodido protocolo y a su respetable madre en el cajón de los buenos propósitos, justo entre aprender ingles y apuntarme al gimnasio. Lo único que sabía es que yo, según mi protocolo, era el interviniente 2 (R-2).
Me di tanta prisa en leer el protocolo como en recoger el busca, cuando me decidí solo quedaba uno: una especie de transistor blanco con el volumen roto y a tope, funcionar funcionaba: piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii puuuuuuuuuuuuuuuuuuu (muy agudo), después una especie de rebuzno: iiiiiooooo iiiiooooo, un silencio y la voz de personal de centralita: “Prueba uno” silencio “P-1”.
Los siguientes 25 días el busca no dio señales de vida y por hablar el día 26 justo antes de responder al camarero de la cafetería del hospital “¿que con qué quiero la media?”, piiiiiiiiiiiiiii puuuuuuuuuuu iooooooo ioooo silencio “Código 1 en rehabilitación” … “C-1”.
¿Código 1? De camino a rehabilitación, me hice la misma promesa que cuando viajas al extranjero: cuando vuelva a casa aprenderé inglés, cuando vuelva a casa leeré el protocolo.
El espectáculo era dantesco. Un hombre con calzoncillos color carne, melena pelirroja y cuerpo cubierto de pelo, incapaz por su patología de poder hablar, emitía sonidos guturales y se intentaba zafar  muy agitado  de una camilla que estaba en plano vertical; dos celadores intentaban colocar  la camilla, sin éxito, en su posición de origen y una enfermera  hacia lo que podía; la doctora, con un busca último modelo miró despectivamente el mío: “¿Quién eres?
Mi yo interior: “¿Yo? RD2D2, tú con la cara de frígida y esos pelos tienes que ser la princesa Leia y no hay que ser muy listo para adivinar que ese es Chewbacca y lo están torturando”.
La magina cinéfila se esfumó al grito de la enfermera: “¡¡desfibrilador!!”, por la mirada asesina de Leia adiviné que yo debía aportar ese aparato. Qué zorras repelentes, se habían leído el protocolo. Tarde lo mínimo en volver con un desfibrilador que ha juzgar por su peso y tamaño fue el primero que llegó al continente europeo.
Leia con muy mala leche: ”Eso ya no hace falta”. La cortina corrida alrededor de la camilla fue lo peor, al descorrerla una grata sorpresa Chewbacca estaba vivo y no solo eso, su cara rebosaba paz y felicidad y no era lo único que había cambiado en su estado también el color de sus calzoncillos de color carne a marrón chocolate, marrón que sobrepasaba el pernil de su ropa interior y se extendía por sus piernas, la camilla…
Ese día aprendí:
-          R-2 tiene que llevar el desfibrilador.
-          Si al desfibrilador le quitas las baterías pesa al menos 5 kilos menos.
-          Uuuuuuuhhhh uuhhhhhh en lenguaje wookiee significa me estoy cagando.
Perdón, ¿alguien me puede dejar el protocolo?

lunes, 6 de febrero de 2012

Sigue buscando

El primer contrato más estable, 24 meses, en esa planta de pacientes paliativos y terminales. No quería ir, mala fama tenía en el hospital, apodada “entre la vida y la muerte”, “Vietnam”, “el purgatorio”. El alta a domicilio no existía, en su lugar, la palabra exitus (en medicina significa que la enfermedad ha progresado hacia la muerte) se repetía continuamente en aquel tétrico y amarillento libro de registro, mal llamado, de altas.

Recuerdo el primer día, la mejor acogida que se le podía hacer al nuevo, aquella frase se grabó, al igual que la enfermera, en mi mente: “No te preocupes, todos hemos sido nuevos, si necesitas algo ya sabes”.

Aprendí que el Nolotil se diluye en 100 ml de suero y que si va acompaño de unas palabras es más efectivo; que la morfina no mata; que en los ratos libres hay tiempo de café, de charlas interminables sobre lo listos que son los hijos de fulanita y de entrar en esa habitación, la que huele a muerte, para charlar con el que esta en la cama; a robarle tiempo al ordenador y repartirlo entre los pacientes. Que las cosas se hacían simplemente porque eran necesarias, no para cobrar incentivos; que los familiares aunque pregunten “¿Por qué a mi?”, no quieren una respuesta, solo quieren que los escuches; que el trabajo en equipo existe; que el paciente es lo primero, a tratar igual al cabrón, al educado, al bueno, al feo, al malo; a que se va a trabajar y punto.

¿Dónde os habéis metido? Desde  2001, por los diferentes servicios por los que paso no os encuentro, en los ratos libres siempre oigo lo mismo: la empresa me debe tantas horas, como no me den las vacaciones voy al sindicato, vaya mierda de relevo me has dejado, esto si no viene en los objetivos no lo hago; se roba el tiempo a los pacientes y se reparte entre los ordenadores, he mirado en la habitación, la que huele a muerte y solo he visto a un paciente acompañado por un Nolotil, detrás del monitor he visto una cara que no es la vuestra.

Sigo buscando pero no os he encontrado. Al llegar a casa estoy cansado de la noche, pero no de lo que he trabajado; me he lavado la cara al verme en el espejo.

Tristemente, tengo que decir que no me he encontrado.