martes, 29 de mayo de 2012

Doraemon, sorbetes, expolios...

Por fin un turno fijo, eso  sí, fijo de noches: noche si noche no. No era lo único fijo, mi compañero también: el ping pong, no porque fuese un maestro en este deporte, más bien porque era una réplica exacta de la pelota que se usa en dicho juego: redondo, blanco y sin cuello.

Particularmente prefería llamarlo el  Doraemon  por su semejanza física con este gato y  porque compartía  sus aficiones: la ingesta de pastelitos. Dorayakis (típicos pastelitos japoneses rellenos de judía dulce) para el primero y con menos glamur, los industriales low cost que se venden al peso, para mi compañero.

Posteriormente me vi obligado a modificarle el mote por el de el sorbetes, debido a un tic nervioso que sufría. Los dos primeros meses me pareció irritable, al tercer mes insoportable, a partir del cuarto simplemente deseaba la muerte de Doraemon y su tic. Consistía en una inspiración profunda de nariz y boca simultáneamente, al más puro estilo ronquido, pero con arrastre de sustancia mucosa, seguido de roce de nariz con mano no dominante y recolocación de gafas con el dedo índice de su mano dominante, para terminar tragándose la sustancia mucosa resultante del arrastre. El tic se repetía automáticamente cada 2 minutos de reloj, frecuencia que aumentaba si se ponía nervioso. Treinta sorbetes por hora, trescientos sorbetes cada noche.

No era lo único insufrible del sorbetes. Su forma de comer, con la boca abierta, al más puro estilo hormigonera  enseñando el material hasta que estaba perfectamente mezclado, momento en el que lo engullía, me disipaba completamente el apetito, más incluso que las continuas flatulencias con las que nos agasajaba tras cada ingesta.

Más tarde, en plena campaña navideña, volví a renovarle el mote, en este caso por el de el expolios. Era típico que cada navidad los diferentes servicios del hospital, tras una recolecta, comprasen dulces navideños para hacer más ameno el trabajo en estas fechas. El expolios desaparecía cada noche sobre las 00:00 horas al más puro estilo cenicienta acompañado de una bolsa, mas bien una talega de tela con la leyenda: estuve en Torrequebrada y me acorde de ti. Se introducía en los diferentes servicios a hurtadillas y sin previo aviso robaba y expoliaba todos los mantecados y dulces que entraban en su talega. Volvía con su botín, del que daba buena cuenta sin compartir, antes de que finalizase el turno.

No soportaba la situación y cada noche urdía un plan para asesinar a mi compañero, algo que me obligaba a abortar el vigilante de seguridad del hospital que cada noche,  alertado por el olor a café, buscaba refugio en nuestro estar de enfermería. Café que bebía ansiosamente el expolios pero que nunca hacía. Esa noche bajo la sed de venganza y respaldado por el vigilante, vertimos unas gotas de laxante, el más potente,  en el café del expolios, 4-5 gotas según prospecto que se convirtieron en un generoso chorreón, dosis que nos vimos obligados a repetir a las pocas horas tras no ver efecto alguno.

Terminó el turno sin el efecto esperado. La noche siguiente el expolios no acudió a su puesto de trabajo, la compañera fue testigo del motivo de la baja laboral: terminado el turno, expolios y la compañera tomaban la misma línea de autobús, nada mas iniciar el trayecto el compañero Doraemon sufría un calambre abdominal y, según cuenta esta compañera, solo le dio tiempo a remeterse los pantalones dentro de los calcetines. La mierda recorría sus piernas de forma continua ante la mirada atónita del resto del pasaje.
Perdóname expolios o  Doraemon o sorbetes

martes, 22 de mayo de 2012

La mortaja

En aquella unidad de cuidados paliativos y pacientes terminales, la muerte, como no podía ser de otra manera, venía a visitarnos casi todos los días, en ocasiones varias veces en el mismo turno. Los trabajadores de este servicio nos ganábamos el apodo de enterradores.

Desarrollé una habilidad. Tengo pocas y todas tienen la misma característica: ser completamente inútiles para la profesión de enfermero.  Me convertí  en un experto en amortajar difuntos, y es que en aquella época, se vestía al fallecido con la ropa que nos proporcionaba la familia. Acuño la frase: “para gustos los colores”. Vestidos con estampados imposibles cuya mira fija podría provocar lesiones irreversibles a nivel de retina o trajes de pana con fuerte olor a alcanfor. Todo ello confería al recién fallecido un macabro y tétrico aspecto carnavalesco.

Me ronda, y aún me roba el sueño, la imagen de aquella paciente de 88 años cuyos hijos se empeñaron en cumplir su último deseo: enterrar a su madre  con el traje de novia. Me negué a colocarle las medias blancas y el liguero. No sabía si la difunta iba camino del tanatorio o de la iglesia, y añadiría que, debido a su pequeño tamaño, más para recibir su primera comunión que para casarse.

Nos creíamos curados de espanto en estos menesteres, pero una mañana primaveral nos sobresaltó la carrera de la hija de Alfredo, el paciente de la 407, que se estampó literalmente contra nosotros, fundiéndose en un sentido abrazo. Qué curioso, en esos años los familiares aún nos abrazaban. Actualmente solo nos pegan o nos insultan. Sus sospechas eran ciertas, Alfredo había muerto. Entre sollozos nos indicó que la ropa estaba en una bolsa. Un amigo de la familia de avanzada edad gritó: “Ha muerto como ha vivido, con el puño en alto”. Algo totalmente desacertado. Alfredo no solo había sufrido la amputación de ambos brazos, también la de sus piernas a la altura de las ingles.

Los familiares esperaban fuera de la habitación mientras “preparábamos” al paciente. Encontramos en la cama una bolsa  de la que sacamos  para nuestra sorpresa una bandera republicana de impresionantes dimensiones, lo que provocó unas carcajadas en mi compañera y en mí difíciles de reprimir. Rodeamos el tronco carente de miembros con la citada bandera, pero el aspecto provocó otra vez la irrespetuosa sonrisa en ambos; pensamos romper la parte central  e introducir la cabeza a modo camiseta, pero parecería una cabeza colocada sobre una mesa camilla republicana. Finalmente decidimos colocarla de otra manera: con el extremo distal rodeamos la cabeza como si fuese una capucha y desde ahí continuamos rodeando el cuerpo hasta cubrirlo por completo. Al terminar más que un difunto parecía un helado Twister.


Salimos y con voz solemne me dirigí a la hija: “Pueden pasar”.

Tan pronto como entraron salieron arremetiendo contra nosotros, esta vez, el señor mayor casi nos pega con el bastón al grito de “¡¡fascistas!!”.
Ciertamente la ropa estaba en una bolsa, pero justo debajo, a los pies de la cama. La bandera iría colocada sobre el féretro…

martes, 15 de mayo de 2012

Telepizza

En un mini servicio de urgencias, por no decir en un patético servicio, desde el punto de vista de los recursos materiales (un  puñado de agujas, jeringas, vendas, yesos y poco más) y humanos: un médico que hizo la residencia en la guerra de Vietnam, un auxiliar que hacia las veces de técnico de rayos y un enfermero mojón encarnado por mi mismo, con una basta y extensa experiencia en urgencias (un curso a distancia de primeros auxilios de 40 horas).

Atendimos una noche a primera hora un accidente de tráfico, una repartidora del Telepizza. Permanecía inmóvil en la camilla de la ambulancia; sus pantalones rotos a la altura de la rodilla dejaban ver una herida por erosión de poca importancia, a juego con la del codo; portaba aún su casco haciendo, caso a la pegatina que hay en la base del mismo: en caso de accidente no me retiren el casco.

El médico llevó a cabo una exhaustiva valoración primaria que consistió en preguntar: - “Oye, ¿estas bien?”

- “Sí.”

-“Ea, pues entonces te vamos a quitar el casco madre.”

Al retirar ese protector de cabeza descubrimos algo increíble: una larga  melena negra azabache, unos ojos turquesa que invitaban a nadar en sus profundidades, unos labios gruesos rojos fresón, unos dientes blancos nacarados en perfecta simetría.

No me apetecía preguntarle el mecanismo lesional, si tenia alguna enfermedad importante o alergias medicamentosas, quería preguntarle algo “original”: ¿A qué dedicas el tiempo libre?”, “¿qué horóscopo eres?

Se me adelanto mi compañero con una frase cursi: “No sabia que los ángeles repartían pizza.

Que patético, pero por lo visto no se lo resultó a nuestra paciente, que rompió a reír.

Ese fin de semana salí de marcha, lo necesitaba. En un pub de moda cualquiera me encontré con una morena que no tenía el pelo negro azabache, ni aquellos ojos, ni esos labios… pero me dio igual y le dije: “No sabía que los ángeles fumasen.” Se detuvo un momento, me miro, no se rió y me respondió: “No sabía que los gilipollas podían estar en la calle después de las doce”.

Como pasa el tiempo, tengo que desempolvar mi kit de bodas: mi traje de las bodas,  mis zapatos de las bodas, mi corbata de las bodas que espero que tenga el nudo hecho… Mi compañero se casa.

El regalo lo tengo claro una mediana con doble de peperoni y unos nuggets de pollo.

Me voy a armar de valor le voy a preguntar a su mujer el horóscopo.

lunes, 7 de mayo de 2012

El anillo

Un lunes a las 15:45h, no pega, pero para nada, un borracho en la puerta de urgencias. Pero no un borracho cualquiera, un borracho tipo 2: caída vertical, olor complet.

El tipo 2 es el borracho que deja de beber porque se desmaya (el tipo 1 es que deja de beber porque se le acaba el dinero), cae al suelo de la misma manera que cuando dejamos caer un palo de fregona. El cuerpo se frena con la cabeza. Olor complet: efecto sinérgico de tres olores: fetor etílico (pestazo a vino que sale de la boca), falta de higiene concentrada fundamentalmente en axilas y zona genital, y por último, en un intento de disimular los dos anteriores, un chorreón de colonia cutre tipo Brumel. El ambiente se satura de tal modo que la aparición de otro mal olor tipo vómito o relajación de esfínteres no se percibe.
Como consecuencia del frenazo contra el suelo, el paciente acudía a urgencias en ambulancia acompañado de médico y enfermero completamente inmovilizado: tabla espinal (una especie de tablón desde la cabeza a los pies sujeto por varias bridas a modo de cinturones de seguridad), collarín cervical, pero de los de verdad no esos de gomaespuma, y dama de elche (dos cuñas de silicona rígida a ambos lados de la cabeza), lo único que tenia libre eran ambos brazos con los que no dejaba de hacer aspavientos. El ostión en la cabeza y la hemorragia de su oído izquierdo (algo de mal pronóstico) no era para menos.

Casi la totalidad de los borrachos sienten fijación por algún profesional de los que les atienden sobre el que descarga  toda su ira y en este caso me tocó a mi: “Hijo puta suéltame, cabrón, so feo, vaya mierda practicante…” Intentaba acertarme con un puñetazo, pero es muy fácil zafarse del puñetazo de un borracho.
Al  pasar a la consulta de la doctora se transformó. “¿Que le ha pasado?”,  Pues mire doctora, que me enamorao de usted” “¿Le duele algo?” “Sí, el corazón de quererte y un poco el rabo” “¿Tiene alergia a algún medicamento?” “A medicamento no, sí al cabrón este mierda que tengo aquí a mi lado, ¡practicante de mierda!

Busque la complicidad con mi compañera Paquita: “Paquita, la que me esta dando este hombre”. Mi compañera me dio ánimo: “Pues los niños y los borrachos son los únicos que dicen la verdad”.
Cállate tú so fea gorda, con ese pelo que tienes, que es un estropajo pintao de amarillo”.

Mi Yo Interior ( M.Y.I.): “Es cierto Paquita, los niños y los borrachos son los únicos que dicen la verdad”.
-       Practicante, perdóname, vamos a hacer las paces, vamos a hacer el anillo.
-       ¿El Anillo?

Puso su dedo medio en forma de gancho e indico que hiciera lo mismo, entrelazó su dedo y el mio y en este momento su dedo perdió su movilidad natural y adquirió una rigidez fuera de lo normal, parecía un garfio al más puro estilo pirata. Realizó un giro de 90º en este momento solo tenia dos opciones o girar todo mi cuerpo casi hasta tocar el suelo o quedarme quieto lo que significaba fracturas múltiples de mi dedo. Opté por la primera y casi hocico contra el suelo. Seguidamente, me arrancó la tarjeta identificativa que colgaba de mi bolsillo (en la que viene mi foto, nombre completo y servicio al que estoy adscrito) y quién tiene cojones de abrirle la mano al cabrón este. Esperaría a que la medicación le hiciera efecto.
Pasó a la sala de observación, a la espera de los resultados de la TAC de Cráneo. A los pocos minutos acudimos a ver a mi amigo, en su lugar una tabla espinal con todas las bridas cortadas  por algún objeto cortante, de regalo una generosa meada en la cortina del Box y una no menos importante cagada a los pies de la camilla, no fue tan malo dejo allí mi tarjeta identificativa.

A todos los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, se busca borracho sangrante de un oído, es muy peligroso, no porque tenga un objeto cortante sino porque sabe hacer el anillo.
Hoy me ha mandado mi supervisora a recursos humanos para pedir una nueva tarjeta. La administrativa me ha tocado los cojones: “Parecéis niños chicos con las tarjetas, vamos, en esta semana van más de diez ¿qué ha sido deterioro o extravío?”
-       No, ha sido inmersión.
-       ¿Inmersión?
-       Sí, inmersión en mierda. El cabrón dejó mi tarjeta pichada en la mierda.